«Señor, danos siempre de ese pan» (Jn. 6, 34b)

Señor, danos siempre de ese pan. Del pan de la justicia y de la libertad, del pan de la honradez, del pan que alimenta nuestra alma y nuestro espíritu, del pan que nos da la energía necesaria para transformar nuestro mundo.

Sabes que vivimos una fuerte escasez. No sólo la escasez de los anaqueles, que aniquila nuestra dignidad de hijos tuyos. Vivimos la escasez del pan que es tu Palabra, que es vida eterna. Muchos viven mendigando la fe, y buscan en el ocultismo y en falsas prácticas religiosas saciar el hambre de Ti. No encuentran quien puede saciarles, no encuentran en lo más profundo de sí mismos la fuente de la satisfacción plena.

Lo decía Ghandi: «Si Dios bajase a la tierra, bajaría en forma de pan» Y es así. Dios es pan. Sacia nuestra hambre, y es lo que podemos compartir en nuestra pobreza. Se endurece si no es digerido, se convierte en la energía que mueve nuestras manos y nuestros pies. Es lo que puede saciar el hambre de tantos niños que en estos minutos ya han muerto de hambre. Su ausencia es la causa de grandes injusticias. El pan crece antes de cocerse, de una ínfima masa sale una gran cantidad. Está siempre en nuestras casas, a pesar de que siga habiendo escasez.

Dios es pan. Sólo Tú puedes saciar el hambre de sentido en la existencia de tantos hombres y mujeres. Sólo Tú puedes saciar la ansiedad de Ti que surge en nosotros. Sólo Tú estás allí, entregándote con plenitud. Danos siempre de ese pan, Señor, para que podamos compartirlo con otros. Para que podamos ser pan para otros. Sin esto, nuestra Eucaristía es rito vacío, carente de verdad, muestra de nuestro mayor pecado. Sin darnos, tu sacrificio es inútil.

Señor, danos siempre de ese pan que nunca acaba, y sacia la sed de justicia y de libertad, que posibilita la solidaridad. Danos siempre de ese pan. Amén.

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